murmullo de los fuegos apagados,
del costado brotaban rosas frescas
y una oración silente de sus labios.
Arañando la tierra estremecido
sentía su crudeza entre sus manos,
tal vez en un momento voló lejos
al hogar y a ese hijo abandonado.
Sonido de metralla en su cabeza,
el olor de la muerte sofocado
por el carmín profundo que barría
la huella de su vida y de sus pasos.
Quizás sintiera miedo, quizás pena,
tal vez la soledad del que ha pasado
por la vida, luchando por un sueño
que se rompe de pronto en mil pedazos.
Su nombre ya no existe, su futuro
quedaba en un camino nunca andando
de una tierra lejana y desabrida
que acogía su alma en su regazo.
Vienen los compañeros
¿Hacia él vienen?
Puede oír el sonido de sus pasos,
las botas que se clavan duramente
en la ladera verde de esos campos.
Y una luz de esperanza va encendiendo
en su garganta seca un grito vano
de repente el sonido, nuevamente,
de las armas que empuñan los hermanos.
¿Qué es lo que fue de ti, donde te fuiste,
alguien te recogió o te abandonaron,
viviste nuevamente o fue la muerte
quién te abrazó impasible entre sus brazos?
Nunca jamás supimos, no sabemos,
tu historia se borró, ya te olvidaron
aquellos que son frutos de tus frutos
y aquellos que tal vez también te amaron.
Me queda ese recuerdo sin recuerdo,
la duda de un momento no encontrado
pero aún repito que exististe un día
y recuerdo tu nombre, Jorge Carlos.
Puede que nunca hallemos la respuesta
de lo que fue de ti pero buscamos
porque nadie jamás nos dio un motivo
para negarte el ser, el fue, el acaso.
Te desplazaste un día lentamente,
mil rosas te brotaban del costado,
y te quedaste ahí, como una sombra
dormido como un niño entre los campos.
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