domingo, 17 de noviembre de 2019

CASTRO CALDELAS

Allí como guardianes, los socalcos
contemplan orgullosos las ribeiras,
el Sil, hijo de Juno, en su castigo
abraza entre suspiros estas tierras.
Y cerca en el camino, tal vez lejos
levanta su castillo y sus almenas
el pueblo de recuerdos de mi infancia,
el pueblo al que mi abuelo en paz se aferra.
Castro Caldelas grita en su silencio
barriendo entre sus calles la tristeza,
trayendo la mirada del amigo
que un día se marchó hacia las estrellas.
Allí queda mi casa, silenciosa,
sumida en la esperanza de la espera,
el Irrio peliqueiro, las campanas,
la plaza y los columpios de la iglesia.
Las tardes que pasamos como niños
haciendo para fiestas, las banderas,
y esos paseos tranquilos que llevaban
desde el Toral corriendo a las escuelas.
El olor a eucalipto y las ortigas
creciendo en el lagar, junto a la puerta,
la fuente y el ciprés de aquella casa
donde vivió feliz mi bisabuela.
Castro Caldelas vivo y en sí envuelto
en horas que quedaron como huellas
de un corazón dormido que lo añora
más allá de su tiempo y de su estela.
A tapada, castaños infinitos,
ese primer amor que dolor era,
las noches silenciosas, mis hermanos
marchándose a escondidas a las fiestas.
Allí guardan mis pasos los caminos
hacia Alais, a Monforte, a Santa Tecla,
las moras y las uvas, la empanada,
y el viejo barquillero con su cesta.
Puede que pasen años, quizá siglos,
gastando como ancianas a sus piedras,
y seremos recuerdos de una historia
que pasó como pasan los cometas.
Momentos
de la infancia, de la vida,
de todos los que fuimos, de quién sea,
y el corazón tendrá grabado siempre
en nosotros tu luz, Castro Caldelas.

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