Contemplaba a Rebeca en sus sueños, dormida,
extraños en un tren que va a ninguna parte,
la esposa de un granjero que de su suerte huía
como escapan los pájaros de las peñas al aire.
Era en esa psicosis donde sola subía
treinta y nueve escalones, buscando un buen viaje,
lejos de la sospecha de un alma que recuerda
la ventana indiscreta que refleja sus males.
El vértigo del miedo la llevaba al declive,
la sombra de una duda la forzaba a marcharse,
y yo la contemplaba diciéndole en silencio
recuérdame mi vida que yo confieso amarte.
Fuiste como la soga que me ataba al camino,
ese crimen perfecto que acabó con mis males,
dos náufragos sufriendo la vida a la deriva,
yo amándola en silencio aunque ella no me amase.
Y en este juego sucio que el amor me entregaba
mi declive llegaba hasta el falso culpable
que se volvió inquilino de un jardín de alegría
en una trama triste de un bodevil salvaje.
Contemplaba a Rebeca, mi cortina rasgada,
los dos encadenados, sin que nada me atase
al azul de sus ojos o el rojo de sus labios,
aunque solo su esencia ya era como un chantaje.
Fue mi número trece, mi declive, mi miedo,
mi muchacha de Londres, mi topaz y mi Marnie,
yo la amaba en silencio como se ama a una esposa
y ella que no me amaba soñaba con dejarme.
Contemplaba a Rebeca en sus sueños, perdida,
y yo le susurraba, recuerdame, mi ángel.
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