Encendió la aurora
solo para ella,
y en la noche tibia
le bajó una estrella.
Le entregó los cantos
de algún ruiseñor,
y la luna nueva
cual prueba de amor.
Con lágrimas hizo
un río de plata
y bañó sus pechos
con el agua clara.
Y al mecerse el viento
le obligó a cantar
solo para que ella
pudiera soñar.
Enterró entre lirios
toda la tristeza,
y escribió sonrisas
en fuentes de perlas
y cuando la noche
empezó a nacer
le besó la frente
por última vez.
Se quedó en silencio
en su despedida
mientras a su lado
dejaba la vida
y cuando un susurro
del cielo llegó
se volvió recuerdo
y así se marchó
sin dejar un verso
sin decir adios.
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