martes, 20 de mayo de 2008

cacharros, cacharros

No te das cuenta de la importancia que tienen hasta que te faltan.
O eso me ha pasado a mí hoy.
La verdad es que a mí me gusta pasar el poco tiempo que tengo para descansar, con un buén libro o escuchando música (mi amado y eterno Arjona, compañero indiscutible de mis momentos mejores y peores), pero hoy cuando hemos llegado del colegio y mis hijas iban a empezar a comer se nos ha roto la televisión.
El drama que han montado ha sido digno del peor drama escrito nunca.
Mi hija la pequeña se ha negado a comer porque no podia ver los dibujos; la mayor no paraba de protestar porque no iba a poder ver los hombres de Paco y la mediana no paraba de darme la lata porque se aburría si no había televisión.
Yo en el fondo estaba encantada porque no tenía que decirles cada dos minutos que bajaran el volumen o que no se pelearan por lo que querían ver, pero al final solo me ha quedado una opción: salir según han abierto las tiendas a buscar una tele nueva.
Nos hemos pasado toda la tarde de tienda en tienda buscando alguna tele barata que nos pudieramos permitir.
Pero era misión imposible encontrar un dichoso cacharro que no se nos saliera del presupuesto y más si queríamos tenerlo para esta tarde y que mi hija esta noche se dignara a cenar, porque te los llevan pero tardan un mínimo de dos o tres dias.
Así que yo estaba pelín desesperada escuchándolas protestar porque nos ibamos a quedar sin tele y sin tele, al menos según mis hijas, no se puede vivir.
Al final hemos conseguido comprar la dichosa tele, incluso el de la tienda nos la ha bajado a casa en su coche y de paso nos ha acercado a nosotras porque era tarde, pero eso sí, el cacharro chillón que ahora mismo centra la atención de mis hijas de manera absoluta se ha ventilado todo lo que tenía ahorrado y se ha convertido en solo unos segundos en el nuevo rey de la casa, mientras los demás volvemos a pasar de nuevo a ocupar un segundo lugar.

Supongo que así es la vida.

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