Recuerdo que cuando yo era pequeña mi abuelo solía ponernos mucha música.
Puede que no le gustara cantar, pero le gustaba escuchar, y disfrutaba con la música de su tierra o escuchando el sonido de las gaitas.
Todavía le veo concentrado mientras la música sonaba y nos explicaba lo hermosa que es.
El siempre nos decía algo: siempre nos decía que debíamos sentirnos orgullosos de nuestra tierra y de ser parte de ella. Pertenecemos a una tierra de gente noble, de gente con historia, una tierra dura pero tierna.
Se sentaba en la galería y se quedaba mirando hacia la plaza y hacia el castillo, orgulloso de su pueblo, de su tierra, de lo que había en ella y que le pertenecía; su ribeira, sus bodegas, la Tapada, San Amaro, su casa, y tantas cosas que formaban una vida, que eran la única razón de ser de una vida plena y maravillosa.
Y entre todas esas canciones a mí siempre hubo una que me cautivó.
No sabría decir el porque, y más cuando eres una niña y no puedes entender lo que quiere decir porque todavía no te ha llegado la etapa de los adioses ni los sufrimientos, y toda tu vida gira en torno al colegio, a los dias de feria, a los amigos y a esperar que llegara la fiesta de los Remedios para hacer las banderas y colgarlas, para correr los irrios o para irte a trascastro a espiar a alguna parejita que se perdia mientras los demás estabamos en la verbena sintiéndonos como adultos porque nuestros padres nos dejaban quedarnos hasta más tarde durante unos dias.
Supongo que si entonces alguién me hubiera dicho como sería mi vida, donde iba a vivir, que un dia perdería a mí abuelo y volvería a Ourense solo para decirle adios o tantas cosas como han ocurrido, hubiera dicho que no.
Hubiera dicho que seguiría haciendo escapadas al castillo con mis hermanos para correr aventuras imaginarias (cuando yo era chica el castillo estaba abandonado y ruinoso, no como hoy ), que seguiría subiendo al toral con mi abuelo para ver los toros o bajando a la plaza a por pulpo y dándole la lata en el horno al panadero cada vez que me mandaban a buscar una empanada.
Hubiera dicho que la vida nunca sería distinta a aquella maravillosa vida de mi niñez.
Y si alguién me hubiera dicho que a los cuarenta seguiría escuchando esa canción, esa maravillosa canción que me cautivo de niña y que sigue cautivándome pasado el tiempo, y que me sentiría identificada con ella de una manera tan fuerte como lo hago, también hubiera dicho que no.
Hubiera dicho que es una canción hermosa que podía escuchar durante horas.
Hoy la escucho, una y otra vez, mientras sigo estremeciéndome con su letra, pero por desgracia hoy a dejado de ser una canción hermosa, hoy es una canción que de alguna manera expresa lo que siento, expresa lo que a mí me gustaría decir.
Lela, aquella canción que como una premonición se instaló en mi vida cuando era una niña y que hoy desde hace unos dias es la compañera fiel de mis noches.
Lela, que después de estar tantas veces sonando en mi casa como una canción más de las muchas que me gustan, hoy me trae recuerdos; recuerdos de mi pueblo, recuerdos de mi abuelo y sobretodo recuerdos de aquel a quién todas las noches le pido: no me dejes y ten compasión de mí...sin ti no puedo, sin ti no puedo vivir.
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