Rompiendo en mil pedazos cada instante
se pasaba la vida,
viendo morir las horas de esperanzas
que nunca han de nacer,
el rostro avejentado por el miedo
a perder lo perdido,
el ansia por un pico que no llega
su compañero fiel.
Tirado en una esquina de la calle
como un perro sin dueño,
de vez en cuando un paso a lo imposible
le permite avanzar,
se duerme imaginando que la noche
se lo lleva con ella,
que no habrá un nuevo día de nostalgia
e inmensa soledad.
Despojo de un pasado que fué un día
gran parte de sí mismo,
galopa entre sus venas un caballo
marcado de dolor,
mientras le va quitando a paso lento
lo poco que le queda,
amante que no puede abandonarse
porque es como su Dios.
Rebusca ese cariño que le falta
en seres que sin rostro
se fuman o se pinchan las caricias
pagadas sin amor,
e intenta hacerse un hueco en el infierno
donde plantó su casa,
sabiendo que no existe ningún sitio
que pueda ser mejor.
Soldado que ha perdido mil batallas
y muerto sigo vivo,
que vive para luchar con la muerte
solo unas horas más,
exclavo de una aguja y de un cigarro
con sabor a derrota,
ese que a nadie importa y al que nadie
mañana extrañará.
Se morirá una tarde en el invierno
tirado en una esquina,
las ratas de su mente haran de restos
un triste funeral,
y aquellos que le encuentren diran solo,
ya se murió el viajero,
aquel que hizo un viaje hacía el abismo
para no regresar,
aquel que una mañana se hizo amante
de una dama de negro y de cristal.
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