Invisibles se mueven en la noche,
escondidos al abrigo del silencio,
como sombras de nieve que entre el frío
te llaman en susurros, con voces de los muertos.
Invisibles son huellas de la nada,
espadas que en su filo se clavan y es eterno
ese dolor que lacera tus carnes
lágrima que no llora un infinito encuentro.
Dos pasos, tres palabras, un destino,
un camino mojado de camino al infierno,
y ese calor eterno que va entrando
desde el fondo del alma hasta el fondo del cuerpo.
Invisibles las huellas del destino
ese futuro largo que es un futuro incierto,
y allá en el fondo mismo de la noche
aparece de pronto, sin buscarlo, un recuerdo.
Un recuerdo invisible que va cobrando forma,
que vuela como un águila sin risco al firmamento,
y que te hace sentirte tan inutil de pronto
como te hizo sentirte rey en otro momento.
Invisibles las manos que te abrazan,
esos besos de nieve helados y serenos,
la mirada perdida, el hogar sin cobijo
y ese pequeño impacto que se siente de nuevo.
Pero puede en el fondo encontrarse perdido
y encontrarse en segundos el camino correcto,
porque si es invisible todo pasa a su lado
sin saber si ha pasado o fué tan solo un sueño.
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