
que escapaba lentamente de sus manos,
en la noche que al invierno amanecía,
se quedaba el ciego ansiando algún milagro.
La moneda que retumba en el platillo
como el trueno que se rinde ante el relámpago,
la mirada compasiva que en sus sombras
le acaricia la mejilla y el costado.
Así espera en una manta guarnecido
mientras pasan las estrellas y los años,
de su rostro ya curtido en mil historias
se escaparon los recuerdos y volaron.
Está el ciego recitándoles sus versos
a los perros callejeros y a los gatos,
a las ratas que recorren las esquinas,
a los niños harapientos y descalzos.
Es la vida que en las calles sobrevive,
la que pasa ante la gente sin mirarlos,
una historia sin historia en el camino
cuyos sueños las verdades destrozaron.
Pero anónimo en el viento de este invierno
sobre el suelo, silencioso, lo encontraron,
la piel sucia mancillada en mil heridas,
la sonrisa congelada entre sus lábios.
Hoy la música se pierde en el silencio,
ves la calle más desnuda sin su canto
y hay quién pasa y pregunta por el ciego,
ese ciego al que nunca se acercaron.
¡Cuantas veces en la vida como ciegos
ignoramos todo aquello que gozamos,
pero el día que nos falta, solo entonces
nos paramos un segundo a recordarlo
y pensamos, como estúpidos, que frío
ha dejado su silencio nuestro paso!
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