Cosas que pasan

Hoy me ha ocurrido algo terrible.
No terrible porque se haya hundido la casa, o haya quebrado la bolsa y yo me haya arruinado ( que tampoco me hubiera ocurrido porque mi economía no sabe ni tan siquiera lo que es la bolsa), sino terrible, porque hasta hace un rato he pensado que en mi vida acabaría volviendo a la edad de piedra, cocinando utilizando dos piedras y saliendo a la calle a la caza de algún animal doméstico a falta de mamuts o de otros bichos de esas épocas pasadas.
Ayer tuve la gran idea de intentar explicarle a mi hija pequeña las ventajas del reciclaje, de cuidar el planeta y proteger el medio ambiente.
Y mi hija se ha levantado esta mañana con un espíritu ecologísta que rayaba en lo obsesivo por no decir que de repente ella era la ecologista más ecologista del mundo, y yo me había convertido en una máquina infrahumana de contaminar.
Se ha pasado el dia persiguiéndome y echandome en cara lo mucho que contamino.
Contamino porque tiro la basura, porque limpio la casa ( y aunque intenté que entendiera que la casa hay que limpiarla porque sino nos comería la mierda, eso de que use productos que contaminan para limpiar no le ha convencido mucho), contamino porque pongo la lavadora, porque me lavo los dientes, porque nos duchamos y hasta por ir al baño.
Para ella de repente todo se ha convertido en una imagen terrible de la madre que la pario destrozando el mundo, los rios, y matando a los pajaritos a mala leche.
Y a llegado un momento en que mis nervios ya no estaban para más juergas.
Ella me miraba con esa carita que pone cuando tiene toda la razón del mundo y se niega a bajarse del burro por mucho que intentes convencerla, y yo no sabía como hacerla entender que una cosa es reciclar, gastar el agua necesaria sin derrocharla o procurar no cojer el coche sino es absolutamente necesario, y otra muy distinta el dejar que se nos coma la basura, no ducharnos ni lavar la ropa y acabar viviendo como animales por falta de la higiene necesaria.
Hoy he descubierto, con permiso de los ecologistas, que a lo mejor a las niñas de seis años es mejor no contarles nada hasta que sepan discernir para evitarte persecuciones y reproches durante horas por toda la casa.
Al final ni siquiera me atrevía a estornudar, no fuera que me viera cojer un pañuelo de papel y me acusara de la deforestación del planeta por mi mania de tener catarro.
Por lo menos me quedan dos consuelos: uno es que no se ha enterado que cuando enciendes la luz también contaminas, porque entonces no me hubiera dejado usar el ordenador ni hablar con quién quería hacerlo, aparte de chillar y tenernos a oscuras, y la segunda que se ha calmado un poco y se le ha pasado su obsesión ecologista en cuanto su hermana le ha explicado que para no ensuciar el planeta tampoco se puede comer chocolate, que el papel de plata de las chocolatinas también contamina y mucho...
Todo sea por el ecologismo.