Siempre he creido que adaptarse a las situaciones nuevas no siempre es fácil.
Yo no puedo hablar de tener una semana horrible, ni un año horrible, porque desde hace mucho tiempo mi vida no ha sido un camino de rosas.
Incluso ahora, que me quedan pocos dias para dejar mi trabajo y encontrarme en el paro, que no hago más que dar vueltas a la cabeza pensando que vamos ha hacer las niñas y yo y donde voy a encontrar un trabajo de nuevo....incluso en estos momentos, eso se a convertido en una pequeñez.
Porque estos dias el dolor más grande, lo que más está haciendo que no sepa comprender porque ocurren las cosas y que me cueste adaptarme a los cámbios, es la perdida de Jesús.
Me cuesta acostumbrarme a saber que no voy a volver a verle; que no volverá a venir al trabajo cuando voy a cerrar para acompañarme; que no volveré a discutir con él a cuenta del maldito futbol ni volverá a contarme sus viajes, sus proyectos, sus pequeños secretos como lo hacía antes.
No hago más que pensar en todos sus proyectos y todas las cosas que ya no va a poder hacer.
Su casa. Tenía tanta ilusión con ella y lo trasmitia cuando venía y me contaba como iba la obra que estaba realizando: si le habían puesto las puertas, si no le encajaba bién una ventana, si le habían dejado mal una instalación, o cuando te enseñaba una foto de su idea para los muebles del baño o te explicaba las cosas que había traido de Thailandia para colocarlas en el salón.
Ese viaje a África que tenía ganas de hacer, y a New York, que aunque ya lo conocía siempre decía que quería volver.
Incluso su estúpida obsesión con que tenía "patas de gallo" y su afán por encontrar la manera de quitárselas.
Le recuerdo hablándome de su sobri, una auténtica pasión para él, de como le reconocía cuando salía de capuchón en la procesión y le llamaba mientras subía las escaleras de casa de su hermana mucho antes de que él hubiera terminado de subir.
De sus amigos, de sus problemas con el trabajo, más bién de sus quebraderos de cabeza, pero sobretodo le recuerdo mirándome y diciéndome como todo iba a salir bién, animándome cuando estaba desanimada, acompañandome cuando tenía un problema o sabía que algo me daba miedo.
Por las mañanas, con el pelo revuelto mientras iba al trabajo, siempre con su radio puesta y con los auriculares colgando mientras hablábamos y yo le decía que todavía tenía legañas y cara de sueño y que tenía que espabilar para robarle una sonrisa.
Recuerdo tantas cosas de él, y no solo lo recuerdo, sino que le sigo viendo con su anorak marrón y esa sonrisa eterna que jamás ví que se borrara por nada.
Le veo subido en su moto con su casco blanco sonriendo y saludando cuando nos encontrábamos y feliz cuando llegaba el fin de semana y se iba a Madrid.
Pero si algo me quedará de Jesús es su grandeza. Ese corazón hermoso e inmensamente grande que tenía y que hacía que fuera imposible conocerle y que no te pudiera su dulzura, su tranquilidad y su manera de mirar.
Tal vez por eso ha dejado tanta gente vacía aquí. Tal vez por eso algunos sentimos un agujero frio dentro cuando le recordamos y tal vez por eso somos muchos los que nos sentimos orgullosos de haberlo conocido, de haber formado parte de alguna manera de su vida y especialmente de haber tenido la suerte de que nos brindara su amistad.
Porque Jesús era una persona especial; era una persona buena y un ser humano tan grande que por mucho tiempo que pase será siempre insustituible.
No hay comentarios:
Publicar un comentario