Ayer volvieron mis hijas a casa.
Se lo han pasado muy bién y están deseando volver a irse al pueblo de nuevo con su amiga.
M. me llamó para decirme que eran unos cielos, que no habían dado nada de guerra y que sus hijas estaban encantadas de que hubieran ido con ellos.
Para mis chicas la experiencia de estar en un pueblo, salir a todas horas y sobretodo ver animales y campo ha sido algo que les ha venido muy bién y que en algunos aspectos les ha sorprendido, porque estar allí no es como en la ciudad, que aunque la nuestra sea pequeña no pueden tener esa libertad ya que entre carreteras, coches, etc, no pueden moverse ni salir como ellas quieran.
Reconozco que cuando las ví entrar en casa lloré pero de contento ( porque soy muy llorona por regla general) y mi hija la mayor me decía: "vale mamí, que no nos hemos ido tanto tiempo, que eres una pesada, que no es para llorar".
Pero yo no puedo decirles que mientras no han estado a mí la casa se me ha convertido en una carcel; que echaba de menos sus gritos, sus peleas, abrazarlas y verlas tiradas en el sofa mientras ven una película y se pelean por el mando de la tele.
Que el tiempo se me ha pasado, al contrario que a ellas, demasiado despacio, y que hasta Muxa estaba rara estos dias porque yo creo que también ella las echaba de menos.
No puedo decirlas que sin ellas no sé que hacer. Que son lo único que tengo y lo único que merece la pena tener en esta vida, y que para mí es duro el que se marchen aunque sea solo unos dias.
No puedo decirselo porque si lo hago, tal vez, la próxima vez no se vayan para que yo no me encuentre mal, y tampoco puedo privarlas de lo que les gusta hacer.
Anoche, como ultimamente duermo mal de nuevo, me levanté y fuí por sus habitaciones mirándolas. Venían agotadas y dormian tan profundamente que daba gusto verlas.
Pero para mí la verdadera felicidad fué verlas ahí, cada una en su cama, y saber que estaban conmigo de nuevo. Saber que otra vez estamos juntas y que en casa vuelven a oirse risas y protestas, a verse caras de enfado o de alegría.
Y mi felicidad fueron esos besos que volvieron a darme, los abrazos, escuchar como me contaban todo lo que habían echo, lo que habían visto.
Para mí su vuelta ayer fué como volver a vivir yo de nuevo.
Y es que mi vida hoy por hoy solo tiene un motivo (bueno, tres motivos), porque estos dias me he dado cuenta de que voluntariamente o involuntariamente llegó un momento en que decidí que mi vida serían solo ellas, y decidí renunciar a nada más porque nunca podré encontrar algo como lo que perdí.
Al fín están en casa, y yo he vuelto a sonreir de nuevo anoche, después de unos dias muy tristes.
Al fín, otra vez, las princesas han regresado al castillo, igual que en los cuentos.
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